Voy camino de un curso que imparte un gran amigo. Mi papel va a ser, en parte de alumno, en parte de ayudante. Es de un tema conocido pero donde, todavía, me faltan herramientas para poner en práctica. Me hace ilusión verle tan animado, parte de su magia es la pasión que le pone en las cosas que hace.
No desviemos el tema. Hace un tiempo que me deshice de todos las formas de transporte privado que tenía. Vuelvo a saborear el gusto por el transporte público. Aquí cada uno le pondrá el gusto que tenga a bien. Para mí, ahora, es un mal necesario pero que me encantaría que se convirtiera en un bien imprescindible.
Me muevo por la ciudad por lo que el tren no es un elemento de uso común para mí. Este en el que voy es de dos plantas, subo a la superior. Se compone de grupos de cuatro asientos a un lado y de seis al otro, mirándose de dos en dos de frente. Estoy sólo en todo el vagón, he subido en la primera estación. Me siento en el asiento central del grupo de seis, en el sentido de la marcha. Al fondo del vagón y encima de mi cabeza sendas pantallas muestran fijas el día y la hora, para desaparecer y dejar que pasen el destino final y la siguiente estación. Las ventanas se encuentran a la altura de mi pecho. Hipnótico silencio ronroneante del tren sólo roto por el pitido de las puertas al cerrarse.
Empieza a entrar más gente. Personas que viajan solas y que se sientan en el grupo de seis asientos, todas en el asiento de la ventana en el sentido de la marcha del tren. Un grupo de ancianos que viajan juntos ocupan un grupo de los de cuatro asientos. Dos en el sentido del tren, el otro frente a ellos en el asiento del pasillo. La imagen desde mi posición es, a mi derecha y al fondo, el grupo de ancianos que no hablan entre ellos. A mi izquierda cinco cabezas alineadas en el asiento de la ventanilla, mirando hacia el destino.
Siguiente parada. Dos personas que viajan solas y una pareja. No quedan asientos en los grupos de seis ventanilla sentido del tren. Los solitarios buscan la ventana del grupo de cuatro, sentido del tren. La pareja ocupa otro de los espacios de cuatro, uno delante del otro, ventanilla.
La sensación desde el fondo de la escena es de soledades. Cabezas solitarias, muchas mirando hacia abajo, otras el paisaje medio industrial medio residencial del trayecto. Sigue sonando, con ritmo cansino el ronroneo del tren; ronroneo de nadie busca a nadie, de nadie quiere contacto, de nadie soporta el roce. Si el vagón hubiera estado mucho más lleno y quisiéramos sentarnos, no nos importaría que el asiento vacío estuviera junto a uno lleno, donde nos tocáramos los hombros o nuestras piernas buscaran formas imposibles de entrelazarse.
Todo esto viene porque se me ha ocurrido ¿qué pasaría si, estando el vagón como está de medio vacío, alguien se sentara al lado de alguien al que no conociera? Imagino que para muchos sería incómodo, del palo “joder, ¿no hay asiento vacíos que se tiene que sentar a mi lado?”. Incluso puede ser violento llegando a pasar miedo por parte de la persona que ya está sentada: ¿me atracará? ¿me dirá groserías? ¿querrá tocarme? Pero también sería muy extraño que entraran los ancianos o la pareja y se sentaran separados. No están hablando pero sería extraño, ¿no?
Parece paradójico.
Si eres un desconocido no te acercas, si eres conocido no te alejas (aunque te pases todo el camino sin articular palabra)
En cambio vemos de lo más normal que alguien se siente a nuestro lado si el asiento es el último vacío del vagón.
¿Alguien ha entrado en un avión donde no tienes asiento asignado y no vaya del todo lleno? ¿Qué asientos van vacíos? Los del medio.
¿Y la de conversaciones interesantes que nos hemos perdido? ¿Y la de gente apasionante que no volverás a ver? ¿Y la distorsión del tiempo que se convertiría un viaje ameno con algún desconocido que te la trae al pairo si te juzga o no? ¿Y perderte la oportunidad de inventarte un personaje para entablar una conversación con alguien que va a ser efímero en tu vida?
La irracionalidad del ser racional.
No entiendo mucho del comportamiento humano, no soy más que un aprendiz en un mundo apasionante lleno de magia. Si preguntara, la mayoría de gente puede que me dijera que sería incómodo que alguien se sentara a su lado en un vagón vacío sin conocerlo. ¿Quizás miedo? ¿de qué? La mayoría de gente no es una psicópata, sólo es gente que viaja.
Y es cuando me viene a la mente una palabra que alguien me dijo cuando hablamos de este tema. Intimidad. Quiero tener mi intimidad, quiero viajar sin que nadie entre en mi espacio personal, sin que nadie hable conmigo porque no lo conozco. Quiero mi intimidad en ese momento porque no le tengo que explicar nada a un extraño y que nadie me explique nada que no quiero saber. Quiero viajar solo, no necesito que nadie esté allí para mí y no quiero estar allí para nadie. Mi vida es mía, mi viaje es mío, es mi espacio. Y si alguien quiere compartir algo que se lo explique a otro.
Puede ser que sea eso.
Viajar en soledad y silencio. No compartir con nadie. Ser meticulosos con nuestro espacio personal. No mostrar nada. Celosos de nuestra intimidad, de aquella que es sólo nuestra y de nadie más. Sin interés por las vidas ajenas, “no quiero saber nada de tu historia”.
Ya; sí, va a ser eso. Facebook, Instagram, YouTube…en fin, Un abrazo
Salut!!!
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